viernes, 11 de septiembre de 2009
Invierno
Luego los dedos, pronto las muñecas
Y no me había percatado que tenía las venas abiertas.
No eran por América Latina.
Solo era por el miedo a la lluvia.
Ese miedo desolado al frío venidero
Y a la soledad del cuerpo en invierno.
La cantidad de chaquetas no ayuda a colmar el frío de mi sangre.
No es el frío que tú sientes el que yo vivo.
Es el que yo siento y que
Tú ya no sientes porque no sientes nada
Que yo pueda sentir.
Te olvidaste de mis queridas muñecas rodeando tu cuello,
Ahora una bufanda ocupa ese lugar.
Te olvidaste de mi pecho y lo reemplazaste por un chaquetón.
Te olvidaste de mis caderas y las reemplazaste por guantes.
Te olvidaste de mis susurros y los cambiaste por orejeras.
Pero de lo que no te olvidaste fue de mis ojos,
Ya que esos aún no los puedes consolar.
Al borde del desquicio
Cada noche me enterraré en tus costillas,
Para sentirme de nuevo mujer.
Dime amor, amor, amor
Que esas letras no ser borren de tu habla mal utilizada.
Que se borren tus pupilas junto a las mías
Al sufrir la muerte más pequeña.
Estas ahí mirándome
¿Qué pensarás?
Lo descubriste. Ya no soy una niña Humbert
¿Me amarás?
Tu generosa lengua regala saliva a la mía
¿Comienzo o final?
Bla bla bla.
Vete, vete, vete.
Las noches las llenaré con mi labia
Encontraré refugio en sabanas sudadas.
No volveré a tardes aprisionadas y noches quebrantadas.
Me preguntarás ¿Me quieres?
Silencio, bendito silencio.
jueves, 10 de septiembre de 2009
Memorias para ti
12 de marzo del año 2038. Esperando en una sala de
La sala de espera tenía un olor a enfermo que se impregnaba en la ropa. Lavarla con agua caliente no bastaba para que saliera. Ese olor, o maldito olor, transformaban mi rostro a una expresión van y dura.
Esperaba tu muerte, con una taza de café y un libro en mi mano. Algo extraño abergaba mi cabeza, no era pena lo que albergaba allí, era rabia. Me sentía culpable por sentir eso. No te puedes ir primero que yo, golpeaba el libro contra la silla de al lado.. Maldito karma me dejaste. Soñaré que te comen los gusanos. Que te ahogas lentamente dentro de esa caja de madera, donde esta tu cuerpo cada vez más destartalado. Después de unas largas horas en ese horrible lugar apareció finalmente el doctor. Tenía buenas noticias te irías conmigo a casa. Nunca había estado tan contenta. No estarías mucho tiempo a mi lado, pero aprovecharíamos cada momento del día. Quizás siete años de universidad podrían equivocarse, trataba de decir al doctor si había alguna solución, si existía posibilidad de error, pero su frenética cabeza se movía en negación. Ojala se equivoque doctor y me deje al viejito unos añitos más repetí con una voz plagada de angustia. ¿Por qué justo cuando empezábamos a ser más felices? No lo entiendo.
Todas las noches son despedidas. Cada vez que abres los ojos se te va un aliento de vida. Espero que nunca se gasten. Te preguntas porque no disfrutaste antes las cosas simples y sencillas. Yo solo me limito a mover la cabeza, decir que no hables más tonterías y que tienes que tener fuerzas que aún te queda vida.
Un día despertaste de maravilla tenías ganas de hacer todo. Me dijiste que me arreglara porque saldríamos a pasear. Parecíamos dos adolescentes. Almorzamos tonterías, reímos a carcajadas y llegamos al otro día. No quería que te fueras.
Pasando el tiempo te quedaste conmigo, pero creo que fue peor. Tu dependencia a los remedios, tu creciente pérdida de memoria me fueron olvidando. ¿Para que estabas aquí si no podías recordar ni siquiera tu nombre? Tanto pedí que te quedaras que lo logré, pero nunca pensé que el costo fuera tan caro. Me mirabas y solo a veces tenías rayos de luz en tu cerebro. Te creías Napoleón, Don Quijote, entre otros personajes que no se como diablos llegaron a tu cabeza. No tenías noción de nada. Con suerte sabías que eras un ser humano. Rogaba todos los días, a un Dios todo poderoso, que me dirigieras la palabra, pero esta suplica no se cumplía. Una tarde de invierno ocurrió algo para mí tan significativo que me llevó a escribirte esta memoria. Preparando un té, para que se me quitara el frío, escuche de tu boca la palabra que me lleno de esperanzas. ¡Camila, tráeme un té! Mi corazón se lleno de felicidad. Corrí a verte y estabas mirando con cierta melancolía hacía la ventana. Te hablé para que me lo repitieras, pero fue inútil. Ese día fue el último que estuviste a mi lado. Por lo menos se que me querías. Te fuiste con mi nombre en tus pupilas.